La noche de las lecturas Lo he contado varias veces: en mi casa no había libros. Así que mis primeras experiencias con la lectura no estuvieron relacionadas con lo que ustedes conocen como literatura. Había revistas que traían figurines, porque mi mamá cosía, y otras con historietas, como El Tony o Intervalo , y que los grandes usaban cuando iban al baño. Me atraían más los dibujos que las palabras. Había también una colección de fascículos con la historia de los mundiales. Desde el primero hasta Alemania 74. Supongo que habían salido a la venta para aprovechar la euforia que se vivió en el país durante la previa del 78. Me gustaba olerlos, tocarlos, sentir su textura, fría y suave, propia del papel ilustración. Venían con caricaturas y recreaciones de jugadas famosas en color. Si tengo que pensar cómo fue que empecé a leer, me viene a la mente uno de esos fascículos, uno en particular. No me refiero a la lectura en el sentido escolar del término, a eso de deletrear palabr
El sábado pasado estuve en el parque de la biodiversidad. No era la primera vez que iba. Si tenemos en cuenta que ese espacio antes había sido el jardín zoológico, debe ser como la vigésima vez, o quizás más, que ando por allí. Sin exagerar. Como parque de la biodiversidad ya lo había conocido en las vacaciones de invierno del 2023. Cada vez que toca visitar ese lugar siempre renuevo mis expectativas. Por suerte. No obstante, el sábado pasado sucedió algo que nunca habría imaginado. Hasta ese momento ir al jardín zoológico (ahora ex jardín zoológico) habia sido, por lo general, un viaje al pasado, una excursión a la niñez, en particular. A Bajar nuevamente esas largas escaleras, tal cual lo había hecho con mi madre y mis hermanos, con mis compañeros de la escuela, o con mis amigos del barrio; y toparse con la enorme pileta donde nadaban las nutrias. Luego acercarse a esas jaulas que parecían salidas de un libro de cuentos para ver algunas aves, o pasar el tiempo esperando que los monos