El sábado pasado estuve en el parque de la biodiversidad. No era la primera vez que iba. Si tenemos en cuenta que ese espacio antes había sido el jardín zoológico, debe ser como la vigésima vez, o quizás más, que ando por allí. Sin exagerar. Como parque de la biodiversidad ya lo había conocido en las vacaciones de invierno del 2023. Cada vez que toca visitar ese lugar siempre renuevo mis expectativas. Por suerte. No obstante, el sábado pasado sucedió algo que nunca habría imaginado. Hasta ese momento ir al jardín zoológico (ahora ex jardín zoológico) habia sido, por lo general, un viaje al pasado, una excursión a la niñez, en particular. A Bajar nuevamente esas largas escaleras, tal cual lo había hecho con mi madre y mis hermanos, con mis compañeros de la escuela, o con mis amigos del barrio; y toparse con la enorme pileta donde nadaban las nutrias. Luego acercarse a esas jaulas que parecían salidas de un libro de cuentos para ver algunas aves, o pasar el tiempo esperando que los monos hicieran algo distinto de lo habitual. A observar de lejos el león, con recelo; y de cerca a las víboras del serpentario, con muchísimo miedo, a pesar del vidrio protector… Siempre había pensado que volver a ese lugar era volver a revivir esos momentos. Y algo de razón debe haber en ese pensamiento. Pero también se pueden descubrir otros significados, más allá del recuerdo, la memoria emotiva... y todo eso que propicia la psicología cognitiva. Me refiero a lo literario. A la posibilidad de jugar con nuevos sentidos. Por ejemplo, que uno va a lugares como esos para encontrarse con sus muertos. Al menos creo que eso fue lo que me pasó en esta ocasión. Porque a la noche, después de volver del parque y acostéarme a dormir, soñé de repente con mi tía y mi mamá. Gente muerta. Un sueño muy agradable. Sin dudas. Aunque no recuerdo lo que hablamos. Al otro día se me ocurrió que eso podía ser lo atractivo de este parque de la diversidad: que uno puede ir allí para encontrarse con sus muertos. Sus puertas nos abren una oportunidad para contactar con aquellas personas que apreciamos mucho y que ya no están entre nosotros. Como si sus caminitos, sus plantas y sus corrales fueran un médium que nos permite hablar con nuestros seres queridos muertos. No me acuerdo qué me dijeron mi madre y mi tía durante el sueño. Pero ahora sé qué puedo hacer para invocarlas de nuevo.
El sábado pasado estuve en el parque de la biodiversidad. No era la primera vez que iba. Si tenemos en cuenta que ese espacio antes había sido el jardín zoológico, debe ser como la vigésima vez, o quizás más, que ando por allí. Sin exagerar. Como parque de la biodiversidad ya lo había conocido en las vacaciones de invierno del 2023. Cada vez que toca visitar ese lugar siempre renuevo mis expectativas. Por suerte. No obstante, el sábado pasado sucedió algo que nunca habría imaginado. Hasta ese momento ir al jardín zoológico (ahora ex jardín zoológico) habia sido, por lo general, un viaje al pasado, una excursión a la niñez, en particular. A Bajar nuevamente esas largas escaleras, tal cual lo había hecho con mi madre y mis hermanos, con mis compañeros de la escuela, o con mis amigos del barrio; y toparse con la enorme pileta donde nadaban las nutrias. Luego acercarse a esas jaulas que parecían salidas de un libro de cuentos para ver algunas aves, o pasar el tiempo esperando que los monos hicieran algo distinto de lo habitual. A observar de lejos el león, con recelo; y de cerca a las víboras del serpentario, con muchísimo miedo, a pesar del vidrio protector… Siempre había pensado que volver a ese lugar era volver a revivir esos momentos. Y algo de razón debe haber en ese pensamiento. Pero también se pueden descubrir otros significados, más allá del recuerdo, la memoria emotiva... y todo eso que propicia la psicología cognitiva. Me refiero a lo literario. A la posibilidad de jugar con nuevos sentidos. Por ejemplo, que uno va a lugares como esos para encontrarse con sus muertos. Al menos creo que eso fue lo que me pasó en esta ocasión. Porque a la noche, después de volver del parque y acostéarme a dormir, soñé de repente con mi tía y mi mamá. Gente muerta. Un sueño muy agradable. Sin dudas. Aunque no recuerdo lo que hablamos. Al otro día se me ocurrió que eso podía ser lo atractivo de este parque de la diversidad: que uno puede ir allí para encontrarse con sus muertos. Sus puertas nos abren una oportunidad para contactar con aquellas personas que apreciamos mucho y que ya no están entre nosotros. Como si sus caminitos, sus plantas y sus corrales fueran un médium que nos permite hablar con nuestros seres queridos muertos. No me acuerdo qué me dijeron mi madre y mi tía durante el sueño. Pero ahora sé qué puedo hacer para invocarlas de nuevo.
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