Esto no es ficción
En la ficción pasan cosas
Acá, no
Simplemente se trata de la casa que estaba al frente de mi casa
En todo caso sería un viaje a la infancia
Era una casa esquina
Estaba oculta detrás de unos ligustrines lo suficientemente altos como para que nadie supiera lo que pasaba adentro
El portón de entrada casi nunca se abría
Dos chapones de un color entre verde y celeste, que terminaban en una reja de simple herrería
Parecía más una casita de campo que una vivienda en la ciudad
No teníamos ningún tipo de trato
Ni siquiera nos saludábamos.
Un caso raro
Generalmente uno se lleva mal con los que viven “al lado”
No, con los viven “al frente”
A los vecinos de “al lado” los escuchamos,
los imaginamos,
como un teatro de sombras
A los del frente, en cambio, los miramos
Abrimos la puerta y alli están entrando, o
saliendo, o conversando
Siempre había un colectivo estacionado junto al cordón de la vereda
Un Mercedes Benz 1114,
con su trompa redondeada y sus bastones de metal, saliendo de los guardabarros como dos antenas.
Internet no me sabe decir cuál es la función de esos bastones
Averiguo con humanos y me dicen que son “guías”
Sirven para ayudar al chofer a maniobrar,
le permiten saber dónde está la punta del colectivo
Mi mamá se enojaba porque solían ponerlo en marcha a eso de las cuatro de la madrugada
Lo hacían para limpiarlo
Le metían manguera, escoba y escobillón, y fregaban el piso durante un buen rato
La pieza de mi mamá daba a la calle
Una vez que el ruido la despertaba ya no se podía volver a dormir
Seguro lo encendían para calentar el motor e iluminar el interior del coche sin tener que gastar la batería
Sin embargo, eso no calmaba el enojo que se agarraba mi mamá
casi todas las mañanas
Decía que era como vivir al frente de una fábrica
Aunque jamás hizo un reclamo o enfrentó la situación
También tenían un caballo de carrera
Muy raras veces lo traían
Lo recuerdo como en sueños, asomando la cabeza por encima de los ligustrines, y moviendo las orejas
Color marrón, casi colorado, con una franja blanca que iba desde el medio de la frente hasta la punta del hocico
La computadora me marca error y me sugiere que escriba “ligustrinas”
Sin embargo, para mí eran ligustrines
Variedades lingüísticas
Eran un matrimonio grande y sus tres hijos:
dos mujeres y un varón,
que también eran grandes, al menos para mí
Al dueño de la casa no se lo veía hacer nada
Tal vez estaba jubilado
El hijo varón era el que manejaba el colectivo
Se llamaba Adán
Todos los días lo veíamos salir por la siesta con su pantalón azul y su camisa celeste,
con el pelo engominado
Llevaba la corbata sin anudar, alrededor del cuello,
y se la iba poniendo mientras se alejaba en dirección de la calle Fuencarral
Con los lentes de sol y con su carterita negra apretada contra el dorsal
Alicia, la hija más chica, era la que se mostraba más humana con los demás,
Daba clases particulares y colocaba inyecciones,
quizás por eso sabía cómo interactuar con la gente
Por la noche solían visitarla algunos pretendientes
Nunca se bajaban del auto
Ella salía y se subía por el lado del acompañante
Y así se pasaban horas conversando
Cada tanto la pelota se nos caía detrás de la tapia y los ligustrines
Pero normalmente volvía sin ningún tipo de problema
El que la había tirado iba y golpeaba las manos
Entonces la pelota volaba desde el interior de la casa,
dibujaba un semicírculo por encima de las plantas,
y caía en el medio del asfalto para que siguiéramos jugando
Hasta que un día no fue así
Una mañana de vacaciones de invierno, en realidad
Era una imitación de la que se había usado en el mundial de Alemania ´74
con los hexágonos negros y blancos
Cayó por el lado de la calle Lamartine y nadie la devolvió
Insistimos, como lo hacíamos siempre, pero no encontramos respuesta
Sabíamos que había gente adentro, se veían movimientos
Sin embargo nadie nos atendió
¿Quién se iba a animar a saltar los ligustrines para ir a buscarla?
Entonces volvimos y se lo dijimos a mi mamá
“LOS DEL FRENTE NO NOS QUIEREN DEVOLVER EL FÚTBOL”
Así, en letras catástrofes
Y por primera vez, después de varios años de vivir allí, mi mamá se cruzó
El dueño de casa le dijo que íbamos a tener que buscarla en la seccional de policía
Se había cansado de los ruidos molestos y nos iba a denunciar
Cuando vino mi papá de trabajar, mi mamá le contó todo
“¿Y no le dijiste nada?”, dijo mi papá
“¿Y qué querés que le diga?”, respondió mi mamá
Mi papá nos cargó a todos en el Fiat 128 que teníamos aquel año,
y fuimos a la seccional
Nos paramos en una calle perpendicular a la Avenida Vélez Sarsfield
No nos dejó bajar
Al rato volvió con la pelota y se la dio a mi mamá que estaba sentada adelante
Después de entrar el auto en el garaje, se fue a hablar con el hombre del frente,
Me quedé viéndolos
Estaban uno a cada lado del portón
El viejo tenía puesta una gorra con forma de boina,
de vez en cuando se la sacaba,
se pasaba una mano por el pelo, y luego se la volvía a poner
Mi papá se había abrigado con un piloto azul marino
Le gustaba vestirse como los detectives que aparecían en las series de televisión
Estaba anocheciendo, pero lo mismo los podía ver conversando en armonía,
como dos personas que se respetan mutuamente
Cuando volvió de su misión diplomática, nos pidió que tratáramos de jugar en otro lado
En cualquier parte, menos frente al portón
No mencionó ni una sola palabra del diálogo que acababa de tener
Esa era su forma de manejarse:
Resolvamos las cosas de la manera más civilizada posible
A diferencia de mi mamá que era del tipo: me enoja, pero me lo trago
O: Si pudiera, iría y te destruiría todos los vidrios del colectivo…
pero eso no está dentro de mis posibilidades
Estrategias para ir a la guerra
Dos modelos para enfrentar un problema
De un lado, la sangre
Del otro lado, la letra
La palabra
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